sábado, 12 de abril de 2014

Julio Sesto



Julio Sesto
(1878 – 1960)


Julio Sesto poeta y escritor romántico costumbrista, nació en Rosal, Pontevedra, España, en 1878 y murió en la Ciudad de México el 7 de mayo de 1960. Su nombre completo es Julio Manuel Vicente y Sesto.




En 1897 llegó a México donde radicó hasta su muerte. Vivió en Veracruz, Tlacotalpan, Puebla y en la Ciudad de México.

Durante el tiempo que vivió en México se dedicó al periodismo y a las letras. Fue profesor de literatura en la UNAM. Colaboró en varios periódicos y revistas como El Imparcial, El Mundo y la revista Hoy.

Entre sus poesías más famosas está “Las Abandonadas”, aunque fue escrita en la primera mitad del siglo XX su tema sigue dando en que pensar.

Obra de Julio Sesto:
1. Cálices. Poesías, 1940.
2. Azulejos. Poesías, 1947
3. Como ardían los muertos. Novela mexicana, 1914
4. La tórtola del Ajusco. Novela mexicana, 1915
5. La casa de las bugambilias. Novela romántica, 1917
6. La ciudad de los palacios. Novela, 1917
7. La emperatriz morena. Novela, 1934
8. La bohemia de la muerte. Biografía y anecdotario pintoresco de cien mexicanos, célebres en el arte, muertos en la pobreza y el abandono, y estudio crítico de sus obras, 1929


Las Abandonadas



Como me dan pena las abandonadas, 
Que amaron creyendo ser también amadas, 
y van por la Vida llorando un cariño, 
recordando un hombre y arrastrando un niño!... 

¡Como hay quienes derribe del árbol la hoja 
y al verla en el suelo ya no la recoja, 
y hay quien a pedradas tire el fruto verde 
y lo eche rodando después que lo muerde! 

Las abandonadas son fruta caída 
del árbol frondoso y alto de la vida; 
son, más que caída, fruta derribada 
por un beso artero como una pedrada! 

Por las calles ruedan esas tristes frutas 
como maceradas manzanas enjutas, 
y en sus podres cuerpos antaño turgentes, 
llevan la indeleble marca de unos dientes… 

Tienen dos caminos que escoger; el quicio 
de una puerta honrada, o el harem del vicio 
¡ y en medio de tantos, de tantos rigores, 
Aún hay quien a hablarles se atreve de amores! 

Aquellos magnates que ampararlas pueden, 
más las precipitan para que más rueden, 
y hasta hay quien se vuelva su postrer verdugo 
queriendo exprimirlas si aún les queda jugo! 

Las abandonadas son como el bagazo 
Que alambica el beso y exprime el abrazo; 
si aún les queda zumo, lo chupa el dolor; 
¡son triste bagazo, bagazo de amor! 

Cuando las encuentro me llenan de angustias 
sus senos marchitos y sus caras mustias, 
y pienso que arrastran su arrepentimiento 
un niño que es hijo del remordimiento… 

El remordimiento lo arrastra algún hombre 
oculto, que al niño niega techo y nombre! 
Al ver esos niños de blondos cabellos, 
yo quisiera amarlos y ser padre de ellos. 

Las abandonadas me dan estas penas, 
porque casi todas son mujeres buenas; 
son manzanas secas, son fruta caída 
del árbol frondoso y alto de la Vida. 

No hay quien las ampare, no hay quien la recoja, 
más que el mismo viento que arrastra a la hoja…
De sus hondas cuitas, ni el Señor se apiada 
Porque de estas cosas… Dios no sabe nada! 

Marchan con los ojos fijos en el suelo, 
cansadas, en vano, de mirar el cielo! 
Y así van las pobres, llorando un cariño, 
Recordando un hombre y arrastrando un niño! 


El Jardín del Olvido 

Tengo gana de un jardín abandonado, 
como un noble jardín viejo que yo he visto 
que, en la fuente, toda ya descascarado, 
en la fuente que le llora, tiene un Cristo. 

Que haya sido de algún rancio caballero 
el jardín abandonado y escondido, 
y que venga en él a ser mi jardinero, 
con la seda de sus manos, el Olvido. 

Un jardín episcopal, bien rodeado 
por los muros de algún claustro ya en ruinas, 
tan oculto, tan tranquilo, tan callado, 
que no tenga ni siquiera golondrinas. 

Un recinto con higueras desgajadas, 
ya cansadas de dar higos para ingratos… 
-En la fuente de azulejos, mal lavadas, 
unas manos del cobarde de Pilatos.- 

Una húmeda hojarasca por alfombra 
unos rígidos ciprés, pedantes, tiesos 
y unos fresnos que me estén prestando sombra 
y me estén echando hojas como besos. 

Un estanque donde beban unas hiedras 
un estanque reposado, sin un pez. 
En el fondo, que se vean unas piedras 
que tiraron unos niños una vez… 

Que me siente yo en los bancos del Obispo 
y en el pícaro Pecado piense un poco… 
Y los pájaros me crean que estoy chispo, 
y se crean las orugas que estoy loco… 

Que no vayan mis amigas alocadas 
a decirme que ellas aman esas cosas, 
con las uñas bien pulidas y afiladas, 
porque yo no dejaré cortar las rosas… 

Tengo gana de un jardín que sea discreto 
y que esconda la tragedia de mi huida… 
Un jardín abandonado, oculto y quieto… 
¡Oh jardines del olvido de la Vida! 

Un jardín en donde nadie me persiga 
ni me mire, ni me hable, ni me nombre. 
Solo el Cristo de la Fuente, que me diga 
son su boca atormentada: “¡Pobre hombre!”

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